Año 1936... En Alemania, el régimen nacionalsocialista de Hitler ya daba pruebas más que suficientes de lo que venía poco a poco... pero nadie quería verlo. Todos miraban hacia otro lado.
Thomas Mann, en cambio, en 1936 escribía esto:
¡Fuera con los campos de concentración! [1936]
La
persistencia de los campos de concentración constituye una de las
cargas morales más pesadas del gobierno alemán actual. Debería darse
cuenta de que a los ojos del mundo podría atenuar considerablemente
otras cargas equiparables de las que ya no está en su mano liberarse si
se decidiera a suspender estos centros de sufrimiento que para muchos
millones de personas constituyen una expresión del más bajo afán de
venganza y de un desprecio total por la ley, devolviéndoles por fin la
libertad a los mártires de sus propias opiniones que siguen encerrados
en ellos. No soy ningún amigo de los gobernantes alemanes y tengo pocos
motivos para darles buenos consejos; pero su mismo principio de que “es
justo lo que es útil” debería inducirles a dar este paso, y si yo fuera
Hitler -una perspectiva poco estimulante- extraería la lección del
homenaje universal que se le acaba de conceder a una víctima de su
grandeza y, junto con los campos de concentración, eliminaría la piedra
del escándalo que quizá obstaculice más que cualquier otra cosa la fe
de Europa en la veracidad de su adhesión a la justicia y a la paz.