De espíritu del Partido debía estar impregnada la actitud del dirigente
en relación con cualquier asunto, libro, cuadro, y por ello, por duro
que pudiera ser, debía renunciar sin reservas a sus costumbres, a su
libro favorito, si los intereses del Partido chocaban con sus gustos
personales. Pero Guétmanov sabía que existía un grado superior de
espíritu de Partido: un verdadero líder de Partido no tiene ni gustos ni
propensiones susceptibles de entrar en contradicción con el espíritu
del Partido; amaba o apreciaba algo en la medida que expresaba el
espíritu de Partido.
A veces los sacrificios que hacía Guétmanov en
nombre del espíritu de Partido eran crueles y severos. Ahora ya no había
ni paisanos, ni profesores a los que desde la juventud se les debía
tanto; ahora no debía tener en cuenta ni el amor ni la compasión.
Palabras como «dar la espalda», «apoyar», «arruinar», «traicionar» no
debían desasosegarle... El espíritu de Partido se manifiesta cuando el
sacrificio, un buen día, no es ni siquiera necesario, y no lo es porque
los sentimientos personales como el amor, la amistad, la solidaridad, no
pueden sobrevivir naturalmente si están en contraposición con el
espíritu de Partido.
Vasili Grossman, Vida y destino, p. 121