"El hombre condenado a la esclavitud se convierte en esclavo por necesidad, pero no por naturaleza"
Vasili Grossman, Vida y destino, p. 264
... en los casos de exterminios masivos de personas la población local no
profesa un odio sanguinario contra las mujeres, los ancianos y los niños
que van a ser aniquilados. Por ese motivo, la campaña para el
exterminio masivo de personas exige una preparación especial. En este
caso no basta tan sólo con el instinto de conservación: es necesario
incitar en la población el odio y la repugnancia.
Fue precisamente en una atmósfera de odio y repulsión como se preparó y
llevó a cabo la aniquilación de los judíos ucranianos y bielorrusos. En
su momento, en aquella misma tierra, después de haber movilizado y
atizado la ira de las masas, Stalin abanderó la campaña para la
aniquilación de los kulaks como clase, la campaña para la destrucción de
los degenerados y saboteadores trotskistasbujarinistas.
La experiencia había mostrado que la mayor parte de la población, tras
ser expuesta a empresas similares, está dispuesta a obedecer
hipnóticamente todas las indicaciones de las autoridades. Luego hay una
minoría particular que ayuda activamente a crear la atmósfera de la
campaña: fanáticos ideológicos, sanguinarios que disfrutan y se alegran
ante las desgracias ajenas, gente que actúa en beneficio propio en la
rapiña de objetos, apartamentos y la ocupación de eventuales puestos
vacantes. A la mayoría, sin embargo, la horrorizan las ejecuciones
masivas, y esconden su propio estado de ánimo no sólo a sus más
allegados, sino a sí mismos. Estas personas llenan salas donde se
celebran reuniones dedicadas a las campañas de exterminio pero, por
frecuentes que sean las reuniones y grandes las dimensiones de las
salas, no existe casi ningún caso en que alguien haya infringido la
tácita unanimidad del voto. Y, naturalmente, todavía es más
extraordinario que un hombre, ante un perro que acaso tenga la rabia, no
aparte la mirada de sus ojos suplicantes, sino que lo acoja en la casa
donde vive junto a su mujer e hijos. Sin embargo también hubo casos así.
...
En ese tiempo, una de las particularidades más sorprendentes de la
naturaleza humana que se reveló fue la sumisión. Hubo episodios en que
se formaron enormes colas en las inmediaciones del lugar de la ejecución
y eran las propias víctimas las que regulaban el movimiento de las
colas. Se dieron casos en que algunas madres previsoras, sabiendo que
habría que hacer cola desde la mañana hasta bien entrada la noche en
espera de la ejecución, que tendrían un día largo y caluroso por
delante, se llevaban botellas de agua y pan para sus hijos. Millones de
inocentes, presintiendo un arresto inminente, preparaban con antelación
fardos con ropa blanca, toallas, y se despedían de sus más allegados.
Millones de seres humanos vivieron en campos gigantescos, no sólo
construidos sino también custodiados por ellos mismos.
Y no ya decenas de miles, ni siquiera decenas de millones, sino masas
ingentes de hombres fueron testigos sumisos de la masacre de inocentes.
Pero no sólo fueron testigos sumisos: cuando era preciso votaban a favor
de la aniquilación en medio de un barullo de voces aprobador. Había
algo insólito en aquella extrema sumisión.
Por supuesto, hubo resistencia, hubo valentía y tenacidad por parte de
los condenados, alzamientos, incluso sacrificios llegado el caso cuando,
para salvar a un hombre desconocido y lejano, otros hombres arriesgaban
su propia vida y la de su familia. Pero la sumisión de las masas es un
hecho irrebatible.
...
Una vez puesta al servicio del fascismo, el alma del hombre declara que
la esclavitud, ese mal absoluto portador de muerte, es el único bien
verdadero. Sin renegar de los sentimientos humanos, el alma traidora
proclama que los crímenes cometidos por el fascismo son la más alta
forma de humanitarismo y está conforme en dividir a los hombres en puros
y dignos e impuros e indignos. La voluntad de sobrevivir a cualquier
precio se expresa en el oportunismo del instinto y la conciencia.
En ayuda del instinto acude la fuerza hipnótica de las grandes ideas.
Apelan a que se produzca cualquier víctima, a que se acepte cualquier
medio en aras del logro de objetivos supremos: la futura grandeza de la
patria, la felicidad de la humanidad, la nación o una clase, el progreso
mundial.
Y al lado del instinto de supervivencia, al lado de la fuerza hipnótica
de las grandes ideas, trabaja también una tercera fuerza: el terror ante
la violencia ilimitada de un Estado poderoso que utiliza el asesinato
como medio cotidiano para gobernar.
La violencia del Estado totalitario es tan grande que deja de ser un
medio para convertirse en un objeto de culto místico, de exaltación
religiosa.
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Es necesario reflexionar sobre qué debió de soportar y experimentar un
hombre para llegar a considerar la muerte inminente como una alegría.
Son muchas las personas que deberían reflexionar, y sobre todo las que
tienen tendencia a aleccionar sobre cómo debería de haberse luchado en
unas condiciones de las que, por suerte, esos frívolos profesores no
tienen ni la menor idea.
...
... El hombre condenado a la esclavitud se convierte en esclavo por destino, pero no por naturaleza.
La aspiración innata del hombre a la libertad es invencible; puede ser
aplastada pero no aniquilada. El totalitarismo no puede renunciar a la
violencia. Si lo hiciera, perecería. La eterna, ininterrumpida
violencia, directa o enmascarada, es la base del totalitarismo. El
hombre no renuncia a la libertad por propia voluntad. En esta conclusión
se halla la luz de nuestros tiempos, la luz del futuro.
Vasili Grossman, Vida y destino, p. 260-264