Un tanquista entonaba una canción; otro, con los ojos entornados, estaba
lleno de temor y malos presentimientos; el tercero pensaba en su casa;
el cuarto masticaba pan y salchichón, y sólo pensaba en eso; el quinto,
boquiabierto, se esforzaba en reconocer un pájaro sobre un árbol (¿no
sería una abubilla?); el sexto se preguntaba inquieto si no habría
ofendido el día antes a su compañero con una palabra grosera; el
séptimo, un tipo ladino que no se dejaba llevar por la ira, soñaba con
romperle la cara a su adversario, el comandante de un T-34 que iba
delante; el octavo componía mentalmente un poema; el noveno pensaba en
los senos de una chica; el décimo compadecía a un perro que, entendiendo
que lo habían abandonado entre los refugios vacíos, se lanzaba contra
el blindaje del tanque e intentaba enternecer al tanquista moviendo
tristemente la cola; el undécimo pensaba qué bello sería huir al bosque,
vivir solo en una pequeña isba, alimentarse de hayas, beber agua de un
manantial y caminar descalzo; el duodécimo se preguntaba si debía
fingirse enfermo y pasar una larga temporada en un hospital; el
decimotercero se repetía una historia que le habían contado de pequeño;
el decimocuarto recordaba una conversación con una chica y no le afligía
la separación definitiva, sino al contrario, se alegraba; el
decimoquinto pensaba en el futuro: después de la guerra le gustaría ser
director de una cantina.
...
Tímidos, taciturnos, risueños y fríos, meditabundos, mujeriegos,
egoístas inofensivos, vagabundos, avaros, contemplativos, buenazos…
...
¡Qué triviales eran los pensamientos sobre las botas, sobre el perro
abandonado, sobre la isba en un pequeño pueblo remoto, sobre el odio
hacia un compañero que te ha arrebatado a una chica…! Sin embargo, en
aquello estaba la esencia.
Las agrupaciones humanas tienen un propósito principal: conquistar el
derecho que todo el mundo tiene a ser diferente, a ser especial, a
sentir, pensar y vivir cada uno a su manera.
Para conquistar ese derecho, defenderlo o ampliarlo, la gente se une. Y
de ahí nace un prejuicio horrible pero poderoso: en aquella unión en
nombre de la raza, de Dios, del Partido, del Estado se ve el sentido de
la vida y no un medio. ¡No, no y no! Es en el hombre, en su modesta
singularidad, en su derecho a esa particularidad donde reside el único,
verdadero y eterno significado de la lucha por la vida.
Vasili Grossman, Vida y destino, p. 279-281