"... lo que convertía a Hitler en la figura dominante del siglo XX era precisamente su naturaleza enigmática. Stalin y Mao compartían con Hitler la condición de genocidas, pero no eran en absoluto enigmáticos, y por ello habían inspirado muchísimos menos libros. La historia universal estaba plagada de personajes de esa calaña; existían en el presente y seguirían existiendo siempre, pero, como Hitler, no había habido nadie. Hitler no tenía parangón, fue la criatura más enigmática de todos los tiempos. Por esta razón, el fascismo de Mussolini o Franco resultaba relativamente insignificante comparado con el nacionalsocialismo." (p. 40)
"Suponiendo que Hitler era la personificación, adorada a la par que maldecida, de la nada -a quien nada impedía hacer cualquier cosa-, resultaba imposible reflejar su verdadera cara en un espejo literario... por la simple razón de que no tenía cara. Antes se le podría comparar con el conde Drácula, el vampiro que se alimenta de sangre humana, el muerto viviente cuya imagen no se refleja. En tal caso, la diferencia entre Hitler y otros déspotas -tipo Nerón, Napoleón o Stalin- no sería gradual sino esencial. Éstos eran sin duda personajes demoniacos, pero hasta los demonios tienen algo positivo, mientras que el ser de Hitler consistía en la ausencia del ser." (p. 86)
"Cabría decir entonces que Hitler interpretaba a Hitler... como un actor interpreta a un sanguinario rey de Shakespeare, pero con muertes auténticas." (p. 84)
"... en realidad, Hitler no era nadie. Una imagen hueca... La fascinación que ejerció -y que sigue ejerciendo hoy en día- y el poder, que el pueblo alemán le concedió, no los consiguió a pesar de su condición de criatura sin vida, sino gracias a ella... de no existir Dios, como parece indicar la historia universal, la divinización de Hitler podría ser el quid de la cuestión. En tal caso él se presentaría como la divinización de lo inexistente." (p. 85)
Harry Mulisch, Sigfrido