miércoles, 12 de febrero de 2014

Martirio de Santa Olalla

Según cuentan las historias y las leyendas... el prefecto Daciano, enviado a Hispania por Diocleciano para ocuparse del terrorismo cristiano radical, a comienzos del siglo IV de nuestra era, fue el responsable de la ejecución de bastantes de aquellos peligrosos terroristas fanáticos. Entre ellos se encontraban dos jóvenes de nombre Eulalia (la que habla bien). La primera de ellas fue torturada y ejecutada en su ciudad natal, Barcino, el día 12 de febrero del año 305. La otra, del mismo nombre y edad, unos 13 o 14 años, fue sometida a similares torturas, y también ejecutada el día 10 de diciembre del mismo año en su ciudad, Emérita Augusta (Mérida).

Ambas jóvenes, de igual nombre, fueron torturadas de la misma manera por el poder legalmente establecido que luchaba contra la subversión que suponía una nueva secta de fanáticos religiosos que hacía tambalear los cimientos del estado de derecho romano. Ambas jóvenes, tal como indicaba su nombre, creían en el poder de la palabra, en el diálogo y en la capacidad de los humanos de entenderse hablando... pero el poder político y militar de entonces, igual que el de ahora y siempre por los siglos de los siglos... no entiende de palabras, ni de diálogos... sólo entiende de fuerza y de guerra... Si Daciano hubiera tenido la tecnología actual habría enviado unos "drones" y se habría ahorrado las salpicaduras de sangre y el olor a carne quemada.

Martirio de Santa Eulalia, Jaume de Cirera, s. XV (Museu Episcopal de Vic)

A Santa Eulalia de Mérida, también conocida como Santa Olalla, Federico García Lorca le dedicó este precioso romance:


ROMANCE HISTÓRICO I
  Martirio de Santa Olalla

A Rafael Martínez Nadal.


              I
PANORAMA DE MÉRIDA

Por la calle brinca y corre
caballo de larga cola,
mientras juegan o dormitan
viejos soldados de Roma.
Medio monte de Minervas
abre sus brazos sin hojas.
Agua en vilo redoraba
las aristas de las rocas.
Noche de torsos yacentes
y estrellas de nariz rota
aguarda grietas del alba
para derrumbarse toda.
De cuando en cuando sonaban
blasfemias de cresta roja.
Al gemir, la santa niña
quiebra el cristal de las copas.
La rueda afila cuchillos
y garfios de aguda comba.
Brama el toro de los yunques,
y Mérida se corona
de nardos casi despiertos
y tallos de zarzamora.

              II
EL MARTIRIO

Flora desnuda se sube
por escalerillas de agua.
El Cónsul pide bandeja
para los senos de Olalla.
Un chorro de venas verdes
le brota de la garganta.
Su sexo tiembla enredado
como un pájaro en las zarzas.
Por el suelo, ya sin norma,
brincan sus manos cortadas
que aún pueden cruzarse en tenue
oración decapitada.
Por los rojos agujeros
donde sus pechos estaban
se ven cielos diminutos
y arroyos de leche blanca.
Mil arbolillos de sangre
le cubren toda la espalda
y oponen húmedos troncos
al bisturí de las llamas.
Centuriones amarillos
de carne gris, desvelada,
llegan al cielo sonando
sus armaduras de plata.
Y mientras vibra confusa
pasión de crines y espadas,
el Cónsul porta en bandeja
senos ahumados de Olalla.

              III
INFIERNO Y GLORIA

Nieve ondulada reposa.
Olalla pende del árbol.
Su desnudo de carbón
tizna los aires helados.
Noche tirante reluce.
Olalla muerta en el árbol.
Tinteros de las ciudades
vuelcan la tinta despacio.
Negros maniquíes de sastre
cubren la nieve del campo
en largas filas que gimen
su silencio mutilado.
Nieve partida comienza.
Olalla blanca en el árbol.
Escuadras de níquel juntan
los picos en su costado.
              *
Una Custodia reluce
sobre los cielos quemados
entre gargantas de arroyo
y ruiseñores en ramos.
¡Saltan vidrios de colores!
Olalla blanca en lo blanco.
Ángeles y serafines
dicen: Santo, Santo, Santo.