fotografía encontrada en internet
no recuerdo dónde... lo siento
Mientras cabreo, o sea pastoreo cabras, pienso… y de ahí, de esa actividad reflexiva, crítica y cavilativa surgen mis pensamientos cabreados. Últimamente mis pensamientos se dirigen hacia un tema que me asalta frecuentemente… algo a lo que hoy todos llaman “género” y que sin ningún género de dudas forma parte de una forma de ver el mundo, más concretamente de la forma de ver el mundo más extendida y que mejor sirve a los intereses que mueven el mundo hoy en día, los intereses egoístas de las personas, el dinero, los mercados… y mis pensamientos cabreados se convierten durante algún tiempo en pensamientos degenerados.
¿Degenerados? Pues sí, porque son pensamientos en los inevitablemente siempre termino desmontando, deshaciendo y, dicho de forma más pedante, deconstruyendo, no sólo la palabra “género” sino todo lo que significa, simboliza y condiciona la forma de pensar y de ver el mundo.
Mis pensamientos degenerados, al igual que todos mis pensamientos, forman parte de lo que llamo mis “pensamientos cabreados”, no porque esté enfadado, que a veces también, sino porque llenan mi cabeza -o la parte de mi cuerpo con la que pienso, porque no estoy muy seguro de cuál es, ni siquiera si es siempre la misma- durante las horas y horas que paso pastoreando, o sea cabreando.
Según nos explica Corominas en su diccionario etimológico -cuatro grandes volúmenes de color verde y con olor a humedad de biblioteca vieja, a los que acudo frecuentemente en busca de aclaraciones que me ayuden a entender el auténtico significado de las palabras que utilizamos habitualmente con tanta despreocupación- la palabra “género” procede del latín “genus -eris” que significa “linaje”. Linaje es un sistema amplio de parentesco que reúne a todas las personas, durante varias “gene”raciones, que proceden de un origen común, es decir, que han sido “gene”rados o engendrados a partir de una única pareja reproductora. A partir de aquí, la palabra castellana “género” fue utilizada en las taxonomías biológicas y, con mayor amplitud, para designar a cualquier conjunto de individuos que reunieran características comunes, aunque no fueran ya relativas al origen común. Así, según el diccionario de la RAE, la primera acepción de la palabra “género” es: “conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres comunes”. En teoría gramatical se decidió utilizar esta palabra (“género”) para definir la “clase a la que pertenece un nombre sustantivo o un pronombre por el hecho de concertar con él una forma y, generalmente solo una, de la flexión del adjetivo y del pronombre”, y que “en las lenguas indoeuropeas estas formas son tres en determinados adjetivos y pronombres: masculina, femenina y neutra”. De esta manera, en castellano por ejemplo, unA mesA es un objeto “femenino” y un árbol, en cambio, es masculino. En otras lenguas esto puede cambiar porque no hay ningún criterio definido para asignar género a las cosas. Los criterios para asignar género a las personas y a los animales sexuados fueron bastante sencillos: macho=masculino, hembra=femenino. Como consecuencia de esta simplista asignación de géneros, se procedió también a asignar “género” a lo que en cada cultura se considera propio de cada uno de los “géneros” de personas.
En relación con las personas, alguien decidió en algún momento -los estudiosos del tema, como por ejemplo Beatriz Preciado, pueden decirnos exactamente quiénes fueron y en qué momento- que habría dos géneros: masculino y femenino y que se asignarían de una forma que parecía en principio muy simple: masculino para los machos y femenino para las hembras.
Macho y hembra son categorías biológicas. Masculino y femenino en cambio son categorías políticas o culturales o, como defiende Beatriz Preciado, “ficciones políticas”. Las categorías biológicas macho y hembra parecen bastante claras, aunque tampoco lo son tanto, pues existe un porcentaje bastante importante de niños que nacen con un sexo que no se ajusta exactamente a ninguna de ambas categorías. Esto es algo que ocurre también en otras especies animales.
Mientras que las categorías biológicas “macho” y “hembra” hacen referencia exclusivamente a un sólo aspecto de los seres humanos, el sexual-reproductivo, las categorías “masculino” y “femenino” se refieren a muchas otras cosas, muchas de ellas estudiadas “científicamente”. Por medio de la idea de masculinidad y feminidad se asignan capacidades, instintos, tendencias, apetencias, maneras de pensar, etc… a cada una de estas categorías. Se llega hasta extremos insospechados, definiendo lo que son trabajos femeninos o masculinos, formas de pensar masculinas y femeninas y hasta valores morales y éticos masculinos y femeninos.
La masculinidad se identifica con fuerza y por tanto con violencia, con agresividad, con un deseo sexual incontrolable… pero también con capacidad de comprensión racional y lógica que condiciona unas orientaciones profesionales dirigidas hacia la ciencia, la ingeniería, o la organización de empresas.
La feminidad en cambio se identifica con debilidad (“el sexo débil” se decía hasta no hace mucho tiempo) y por tanto con sumisión y obediencia, carencia de deseo sexual… y también con una capacidad de comprensión más intuitiva que les orienta hacia la maternidad y los cuidados, por lo que sus preferencias profesionales suelen encontrarse en el campo de la salud, la educación o de la limpieza.
Estas son las ficciones, y en estas ficciones llevamos viviendo desde hace muchos siglos. En algunos momentos son más elaboradas y en otros menos. Ha habido épocas en las que estaban más reguladas en un sentido y otras en las que se regulan en otro. Hace algo más de cien años existían leyes que prohibían a las mujeres ejercer determinadas profesiones o que les incapacitaban para determinados contratos. Ahora existen leyes que protegen a las mujeres de forma especial como si fueran seres inferiores a los que hay que proteger, o establecen una discriminación positiva para que puedan acceder a determinados cargos aún estando menos capacitadas que algunos hombres.
Por otra parte, estas ficciones de “masculino” y “femenino” se encuentran con muchos problemas cuando se trata de encajar en ellas a determinadas personas que no se consideran “masculinos” a pesar de ser “machos”, o que no se consideran “femeninas” a pesar de ser “hembras”, o que ni siquiera son “machos” o “hembras”, o que siéndolo y reconociéndose como “machos” o “hembras” no quieren identificarse ni como “masculinos” ni como “femeninas”…
Todo esto sin hablar de los comportamientos sexuales… porque en este terreno las combinaciones pueden ser tantas que no hay forma de encajarlas en ninguna categoría. Sin embargo, esto también se pretende hacer, como siempre, simplificando al máximo. Porque ahora las nuevas ficciones políticas son las de “homosexualidad” y “heterosexualidad”. O eres heterosexual o eres homosexual, independientemente del género al que estés adscrito y del sexo biológico-reproductivo que te corresponda. En función de… no se sabe muy bien de qué. Me imagino que con el tiempo y con la decadencia de las relaciones en pareja es probable que se inventen otras ficciones como “parejasexual”, “triosexual”, “monosexual”, “multisexual”… en función de que los comprotamientos sexuales del individuo se realicen sólo, en pareja, en trío o con mucha gente al mismo tiempo. Sin embargo, dado que las ficciones políticas suelen ser preferentemente binarias, es posible que todos tengan que encajar en alguna de estas dos categorías: “parejasexual” o “multisexual”, ya que al parecer monosexuales lo somos todos y todas en determinados momentos de nuestras vidas.
El “género”, considerado pues como una ficción política, y en el que sólo caben dos opciones: “masculino” o “femenino”, es, sin ningún género de duda, un arma muy eficaz de dominación y de control. El “género” expresa una relación de poder en la que quien domina representa los valores masculinos y quien es dominado, los femeninos. No son los machos los que dominan a las hembras, sino las ideas y los valores considerados como masculinos, y por tanto de machos, quienes dominan a las ideas y los valores considerados como femeninos, y por tanto de hembras. Para ello la masculinidad adopta algunas de las características físicas y biológicas de los machos y la feminidad de las hembras… y por supuesto la masculinidad es la que corresponde a los machos y la feminidad a las hembras, de tal forma que sólo por nacer de uno u otro sexo, este sistema ya nos adjudica unas características masculinas o femeninas con las que tenemos que identificarnos forzosamente si no queremos quedar en los márgenes de lo queer, marica, truchona, etc…
Y claro, por supuesto, todo aquello que se identifica con lo masculino está siempre mucho más valorado que lo que se identifica con lo femenino. Construir, crear máquinas, inventar artilugios, conquistar, la competitividad… son valores “masculinos” y valorados por tanto muy positivamente. Por el contrario, cuidar, limpiar, atender, escuchar, la colaboración o incluso amar… se consideran valores “femeninos” y por tanto mucho menos valorados.
Seguiré pensando degeneradamente y desordenadamente… No trato de formular ninguna hipótesis ni, mucho menos, ninguna teoría… Simplemente pienso. Todo lo que pienso y pongo por escrito es debatible, incluso por mí mismo, por lo que es posible que me me contradiga y que, en un momento dado, considere que algo que he dicho previamente sea una solemne tontería…
¿Degenerados? Pues sí, porque son pensamientos en los inevitablemente siempre termino desmontando, deshaciendo y, dicho de forma más pedante, deconstruyendo, no sólo la palabra “género” sino todo lo que significa, simboliza y condiciona la forma de pensar y de ver el mundo.
Mis pensamientos degenerados, al igual que todos mis pensamientos, forman parte de lo que llamo mis “pensamientos cabreados”, no porque esté enfadado, que a veces también, sino porque llenan mi cabeza -o la parte de mi cuerpo con la que pienso, porque no estoy muy seguro de cuál es, ni siquiera si es siempre la misma- durante las horas y horas que paso pastoreando, o sea cabreando.
Según nos explica Corominas en su diccionario etimológico -cuatro grandes volúmenes de color verde y con olor a humedad de biblioteca vieja, a los que acudo frecuentemente en busca de aclaraciones que me ayuden a entender el auténtico significado de las palabras que utilizamos habitualmente con tanta despreocupación- la palabra “género” procede del latín “genus -eris” que significa “linaje”. Linaje es un sistema amplio de parentesco que reúne a todas las personas, durante varias “gene”raciones, que proceden de un origen común, es decir, que han sido “gene”rados o engendrados a partir de una única pareja reproductora. A partir de aquí, la palabra castellana “género” fue utilizada en las taxonomías biológicas y, con mayor amplitud, para designar a cualquier conjunto de individuos que reunieran características comunes, aunque no fueran ya relativas al origen común. Así, según el diccionario de la RAE, la primera acepción de la palabra “género” es: “conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres comunes”. En teoría gramatical se decidió utilizar esta palabra (“género”) para definir la “clase a la que pertenece un nombre sustantivo o un pronombre por el hecho de concertar con él una forma y, generalmente solo una, de la flexión del adjetivo y del pronombre”, y que “en las lenguas indoeuropeas estas formas son tres en determinados adjetivos y pronombres: masculina, femenina y neutra”. De esta manera, en castellano por ejemplo, unA mesA es un objeto “femenino” y un árbol, en cambio, es masculino. En otras lenguas esto puede cambiar porque no hay ningún criterio definido para asignar género a las cosas. Los criterios para asignar género a las personas y a los animales sexuados fueron bastante sencillos: macho=masculino, hembra=femenino. Como consecuencia de esta simplista asignación de géneros, se procedió también a asignar “género” a lo que en cada cultura se considera propio de cada uno de los “géneros” de personas.
En relación con las personas, alguien decidió en algún momento -los estudiosos del tema, como por ejemplo Beatriz Preciado, pueden decirnos exactamente quiénes fueron y en qué momento- que habría dos géneros: masculino y femenino y que se asignarían de una forma que parecía en principio muy simple: masculino para los machos y femenino para las hembras.
Macho y hembra son categorías biológicas. Masculino y femenino en cambio son categorías políticas o culturales o, como defiende Beatriz Preciado, “ficciones políticas”. Las categorías biológicas macho y hembra parecen bastante claras, aunque tampoco lo son tanto, pues existe un porcentaje bastante importante de niños que nacen con un sexo que no se ajusta exactamente a ninguna de ambas categorías. Esto es algo que ocurre también en otras especies animales.
Mientras que las categorías biológicas “macho” y “hembra” hacen referencia exclusivamente a un sólo aspecto de los seres humanos, el sexual-reproductivo, las categorías “masculino” y “femenino” se refieren a muchas otras cosas, muchas de ellas estudiadas “científicamente”. Por medio de la idea de masculinidad y feminidad se asignan capacidades, instintos, tendencias, apetencias, maneras de pensar, etc… a cada una de estas categorías. Se llega hasta extremos insospechados, definiendo lo que son trabajos femeninos o masculinos, formas de pensar masculinas y femeninas y hasta valores morales y éticos masculinos y femeninos.
La masculinidad se identifica con fuerza y por tanto con violencia, con agresividad, con un deseo sexual incontrolable… pero también con capacidad de comprensión racional y lógica que condiciona unas orientaciones profesionales dirigidas hacia la ciencia, la ingeniería, o la organización de empresas.
La feminidad en cambio se identifica con debilidad (“el sexo débil” se decía hasta no hace mucho tiempo) y por tanto con sumisión y obediencia, carencia de deseo sexual… y también con una capacidad de comprensión más intuitiva que les orienta hacia la maternidad y los cuidados, por lo que sus preferencias profesionales suelen encontrarse en el campo de la salud, la educación o de la limpieza.
Estas son las ficciones, y en estas ficciones llevamos viviendo desde hace muchos siglos. En algunos momentos son más elaboradas y en otros menos. Ha habido épocas en las que estaban más reguladas en un sentido y otras en las que se regulan en otro. Hace algo más de cien años existían leyes que prohibían a las mujeres ejercer determinadas profesiones o que les incapacitaban para determinados contratos. Ahora existen leyes que protegen a las mujeres de forma especial como si fueran seres inferiores a los que hay que proteger, o establecen una discriminación positiva para que puedan acceder a determinados cargos aún estando menos capacitadas que algunos hombres.
Por otra parte, estas ficciones de “masculino” y “femenino” se encuentran con muchos problemas cuando se trata de encajar en ellas a determinadas personas que no se consideran “masculinos” a pesar de ser “machos”, o que no se consideran “femeninas” a pesar de ser “hembras”, o que ni siquiera son “machos” o “hembras”, o que siéndolo y reconociéndose como “machos” o “hembras” no quieren identificarse ni como “masculinos” ni como “femeninas”…
Todo esto sin hablar de los comportamientos sexuales… porque en este terreno las combinaciones pueden ser tantas que no hay forma de encajarlas en ninguna categoría. Sin embargo, esto también se pretende hacer, como siempre, simplificando al máximo. Porque ahora las nuevas ficciones políticas son las de “homosexualidad” y “heterosexualidad”. O eres heterosexual o eres homosexual, independientemente del género al que estés adscrito y del sexo biológico-reproductivo que te corresponda. En función de… no se sabe muy bien de qué. Me imagino que con el tiempo y con la decadencia de las relaciones en pareja es probable que se inventen otras ficciones como “parejasexual”, “triosexual”, “monosexual”, “multisexual”… en función de que los comprotamientos sexuales del individuo se realicen sólo, en pareja, en trío o con mucha gente al mismo tiempo. Sin embargo, dado que las ficciones políticas suelen ser preferentemente binarias, es posible que todos tengan que encajar en alguna de estas dos categorías: “parejasexual” o “multisexual”, ya que al parecer monosexuales lo somos todos y todas en determinados momentos de nuestras vidas.
El “género”, considerado pues como una ficción política, y en el que sólo caben dos opciones: “masculino” o “femenino”, es, sin ningún género de duda, un arma muy eficaz de dominación y de control. El “género” expresa una relación de poder en la que quien domina representa los valores masculinos y quien es dominado, los femeninos. No son los machos los que dominan a las hembras, sino las ideas y los valores considerados como masculinos, y por tanto de machos, quienes dominan a las ideas y los valores considerados como femeninos, y por tanto de hembras. Para ello la masculinidad adopta algunas de las características físicas y biológicas de los machos y la feminidad de las hembras… y por supuesto la masculinidad es la que corresponde a los machos y la feminidad a las hembras, de tal forma que sólo por nacer de uno u otro sexo, este sistema ya nos adjudica unas características masculinas o femeninas con las que tenemos que identificarnos forzosamente si no queremos quedar en los márgenes de lo queer, marica, truchona, etc…
Y claro, por supuesto, todo aquello que se identifica con lo masculino está siempre mucho más valorado que lo que se identifica con lo femenino. Construir, crear máquinas, inventar artilugios, conquistar, la competitividad… son valores “masculinos” y valorados por tanto muy positivamente. Por el contrario, cuidar, limpiar, atender, escuchar, la colaboración o incluso amar… se consideran valores “femeninos” y por tanto mucho menos valorados.
Seguiré pensando degeneradamente y desordenadamente… No trato de formular ninguna hipótesis ni, mucho menos, ninguna teoría… Simplemente pienso. Todo lo que pienso y pongo por escrito es debatible, incluso por mí mismo, por lo que es posible que me me contradiga y que, en un momento dado, considere que algo que he dicho previamente sea una solemne tontería…