"Ya puedes ir soplando, ya puedes ir echándome a la cara tu humo de
cigarro de cuatro marcas y dejar otro billete violeta. A Jochen no se le
compra. No es para ti ni por tres mil; no he apreciado a mucha gente en
mi vida, pero a ese muchacho le aprecio. Has tenido mala suerte, amigo
de aspecto importante, de mano avezada a firmar, llegaste un minuto y
medio tarde. Deberías adivinar que eso de los billetes de banco es lo
menos adecuado para tratar conmigo. Tengo incluso un contrato en el
bolsillo, firmado ante notario, que acredita que tengo el derecho de
ocupar, mientras viva, mi habitacioncita en el tejado, que puedo criar
mis palomas; puedo escoger lo que más me guste para desayunar y comer y
me dan además ciento cincuenta marcos al mes, limpios, tres veces más de
lo que necesito para fumar; tengo amigos en Copenhague, en París,
Varsovia y Roma… y si tú supieras cómo se ayudan entre sí los criadores
de palomas mensajeras…, pero tú no sabes nada, sólo crees saber que con
dinero se puede alcanzar todo; esta clase de enseñanzas os las dais
vosotros mimos. Y claro, hay conserjes de hotel que hacen cualquier cosa
por dinero, venden a su propia abuela por un billete violeta de
cincuenta marcos. Sólo hay una cosa que no puedo hacer, amigo mío, mi libertad tiene una sola excepción : mientras
estoy de servicio de portería aquí abajo, no puedo fumar mi pipa, y esta
excepción la lamento por primera vez hoy, porque si la tuviera,
enfrentaría mi picadura negra con tu Partagás Eminentes. Hablando claro:
puedes lamerme el culo doscientas mil veces si quieres pero no esperes
que te venda a Fahmel. Éste jugará en paz al billar desde las nueve y
media hasta las once, aunque yo sabría darle una ocupación mejor: por
ejemplo, estar sentado en el ministerio en tu lugar. O hacer lo que
hacía de joven: poner bombas, para calentar los fondillos de los
pantalones a los cochinos como tú. Pero descuida, si quiere jugar al
billar desde las nueve y media hasta las once, que lo haga, para eso
estoy yo aquí, para cuidar que nadie le estorbe. Y ahora puedes
guardarte los billetes en el bolsillo y dejar limpia la mesa, y si
vuelves a añadir uno solo, no respondo de lo que puede pasar. Me he
tragado toneladas de faltas de tacto, he soportado con paciencia un
sinfín de actos de mal gusto, he inscrito adúlteros y maricas aquí en mi
lista, he cerrado el paso a esposas furiosas y a maridos cornudos… y no
creas que no me haya costado lo mío aprenderlo. Yo fui siempre un
muchacho decente, era monaguillo como lo eras tú seguramente también y
cantaba las canciones del padre Kolping y de San Aloisio, en el coro;
cuando tenía veinte años ya hacía seis que trabajaba en esta casa. Y si
todavía no he perdido la fe en la humanidad, se lo debo a un par de
personas como el joven Fahmel y su madre. ¡Quita de ahí tu dinero,
sácate el cigarro de la boca, inclínate ante un viejo como yo que ha
visto más vicios de los que tú puedas soñar en tu vida, hazte abrir la
puerta por el botones de allí atrás y desaparece."
Heinrich Böll, Billar a las nueve y media, p. 33