"Recuerdo que, de niño, escuchaba a mi padre historias y sucesos de otro tiempo, veía a mis abuelos y a los viejos del pueblo sentados junto al fuego y el pensamiento de que ellos ya existían cuando yo ni siquiera había nacido me llenaba de angustia y me dolía. Entonces, sin que nadie lo supiera -sentado en el escaño, en un rincón, seguramente ni siquiera me veían-, escuchaba hasta dormirme sus relatos y adoptaba sus recuerdos como míos."
Julio Llamazares, La lluvia amarilla, p. 40