Hacia finales de los setenta o comienzos de los ochenta, la Compañía decidió modernizarse y abordaron el proyecto de cambiar los viejos trenes de color verde de toda la vida con asientos de madera, por nuevos y modernos trenes con asientos de escai y hasta hilo musical. Uno de mis peores recuerdos de los nuevos trenes es que ya no olía a madera quemada de los viejos frenos de madera y en cambio durante bastantes años siguieron oliendo "a nuevo", un desagradable olor a una mezcla de plástico, humedad y sudor.
Para poner en marcha los nuevos trenes, más altos que los viejos, tuvieron que hacer algunas modificaciones en las estaciones, subiendo los andenes. Recuerdo que en la estación de Lamiako, que tenía la taquilla de venta de billetes -aquellos gruesos billetes de cartón que los revisores debían "picar" haciendo un gran esfuerzo y con el resultado de un chasquido que después no volví a escuchar nunca- en el mismo andén, al elevar éste la taquilla quedó a una altura adecuada para niños de cuatro o cinco años, pero demasiado baja para cualquier persona que midiera un poco más de metro veinte.
Cada vez que el tran pasaba por Lamiako me fijaba en las grotescas posturas que debían adoptar los viajeros para poder comprar sus billetes, así que a la taquilla de Lamiako pasamos a llamarle "el confesionario". Los viajeros debían arrodillarse y suponíamos por aquel entonces que para pedir el billete utilizarían la clásica fórmula: "avemaríapurísima... uno idayvuelta a Bilbao".
Hoy, en el libro que estoy leyendo, me he encontrado con este pasaje:
"Había que inclinarse mucho hacia la ventanilla, demasiado baja, si se quería hablar con el guardián, que, según todas las apariencias, estaba arrodillado en el suelo de su cobertizo. Aunque, por mi parte, adopté pronto esa postura, no conseguí hacerme comprender de ningún modo..."
W. G. Sebald, Austerlitz, p. 148
avemaríapurísima...
un billete de idayvuelta a Matiko por favor