"—¿A mí? ¿Lo que me hicieron a mí, quieres saber? Me echaron bombas y
no me dieron a pesar de que las bombas eran muy grandes y yo muy
pequeña; la gente que había en el refugio me metieron golosinas en la
boca; y las bombas cayeron y no me tocaron, yo sólo oí cómo estallaban y
los cascotes volaban en la noche como pájaros asustados, y alguien, en
el refugio, cantó: «Gansos salvajes vuelan de noche». Mi padre era alto,
muy moreno y guapo, llevaba un uniforme pardo con mucho oro encima y
una especie de sable en el cinto que brillaba como la plata; se pegó un
tiro en la boca; no sé si has visto alguna vez a alguien que se haya
pegado un tiro en la boca. ¿No, verdad? Pues da gracias a Dios de que te
haya ahorrado ese espectáculo. Él quedó tendido sobre la alfombra, la
sangre corría sobre los colores orientales, sobre la muestra de Esmirna…
Esmirna auténtica, amigo mío; en cambio mi madre era rubia y alta y
llevaba un uniforme azul y un gorro muy gracioso, nada de espadas al
cinto; y yo tenía un hermanito. mucho más joven que yo, y era rubio, y
mi hermanito colgaba de la puerta con una soga de cáñamo alrededor del
cuello, se balanceaba, y yo me reía, me reía todavía cuando mi madre me
ató también una soga de cáñamo al cuello y murmuró: «Él lo ha ordenado»,
pero entonces entró un hombre, sin uniforme, sin entorchados de oro y
sin sable; sólo llevaba una pistola en la mano, que encaró a mi madre,
me arrancó de sus manos, y yo me eché a llorar, porque yo llevaba la
soga alrededor del cuello y quería jugar a aquel juego que jugaba mi
hermanito allá arriba, el juego de «Él lo ha ordenado», pero el hombre
me tapó la boca, me llevó de un brazado escaleras abajo, me quitó la
soga del cuello y me subió a un camión…
Joseph trató de retirar las manos de Marianne de encima de sus ojos, pero ella se resistió y dijo:
—¿No quieres oír lo que sigue?"
Heinrich Böll, Billar a las nueve y media, p. 239