jueves, 30 de enero de 2014

matar: un asunto médico

"Servatius declaró al acusado inocente de las acusacionesque le imputaban responsabilidad en «la recogida de esqueletos, esterilizaciones, muertes por gas, y parecidos asuntos médicos», y el juez Halevi le interrumpió: «Doctor Servatius, supongo que hacometido usted un lapsus linguae al decir que las muertes por gas eran un asunto médico». A lo que Servatius replicó: «Era realmente un asunto médico puesto que fue dispuesto por médicos. Era una cuestión de matar. Y matar también es un asunto médico»..."

Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, p. 105




La propaganda israelí nos ha acostumbrado a creer que las únicas víctimas del nazismo fueron los judíos. En realidad el nacionalsocialismo fue una ideología de su época. Una ideología que se apoyaba en gran parte en la idea "científica" de la selección natural y en el racismo científico. Durante muchos siglos los judíos sufrieron persecuciones por ser diferentes, porque vivían en comunidades cerradas, porque comían distinto, porque tenían sus propias costumbres... este "odio al otro", alimentado durante siglos, propició que las ideologías racistas del siglo XX les considerasen como una raza diferente y, por supuesto, inferior. El nacionalsocialismo alemán no tenía la exclusiva de esta ideología y fueron muchos los europeos y americanos que pensaban igual. El nacionalsocialismo alemán llevó a la práctica sus ideas en un ambiente propicio para ello y diseñó varios programas para corregir los fallos de la selección natural:

"Otro ejemplo... el del programa de exterminación de los inválidos y los enfermos mentales, llamado 'Eutanasis' o 'T-4', que se creó dos años antes que el programa 'Solución final'. En ese programa, a los enfermos, seleccionados mediante disposiciones legales, los recibían en un edificio unas enfermeras profesionales que registraban la entrada y los desnudaban; unos médicos los examinaban y los llevaban a un cuarto cerrado; un operario abría el gas; otros, limpiaban; un policía extendía el certificado de defunción. Cuando, después de la guerra, interrogaron a esas personas, todas dijeron: '¿Culpable yo?'. La enfermera no mató a nadie, se limitó a desnudar y a tranquilizar a unos enfermos, gestos habituales en su profesión. El médico tampoco mató a nadie; sencillamente confirmó un diagnóstico, ateniéndose a criterios fijados por otras instancias. El peón que abre la llave del gas, esa persona que es, pues, la que se halla más próxima en el tiempo y en el espacio al asesinato, realiza una operación técnica bajo el control de sus superiores y de los médicos. Los obreros que vacían el cuarto realizan una indispensable tarea de saneamiento, y muy repugnante además. El policía sigue el procedimiento reglamentario, que es dejar constancia de un fallecimiento y de que ha sucedido sin vulnerar las leyes vigentes. ¿Quién es el culpable, pues? ¿Todos o nadie? ¿Por qué iba a ser más culpable el operario encargado del gas que el operario encargado de las calderas, el jardín o los vehículos? Igual sucede con todas las facetas de esa gigantesca empresa. ¿Es culpable, por ejemplo, el guardagujas del ferrocarril de la muerte de los judíos a quienes encarriló hacia un campo? ..."

Jonathan Littell, Las benévolas, p. 27