"Yo sé … por qué hemos
matado a los judíos. … . Al matar a los judíos hemos querido matarnos a
nosotros mismos, matar al judío que llevamos dentro, matar lo que, en
nosotros, se parecía a la idea que nos hacemos del judío. Matar en
nosotros al burgués tripón que cuenta los cuartos, que va detrás de los
honores y sueña con el poder, pero con un poder que imagina con la cara
de Napoleón III o de un banquero, matar la ética raquítica y
tranquilizadora de la burguesía, matar el ahorro, matar la obediencia,
matar la servidumbre del Knecht, matar todas esas bonitas
virtudes alemanas. Porque nunca hemos entendido que esos rasgos que les
atribuíamos a los judíos y a los que llamábamos bajeza, cobardía,
avaricia, avidez, sed de dominio y maldad fácil, son unos rasgos
esencialmente alemanes, y que si los judíos los tienen, es porque
soñaron con parecerse a los alemanes, con ser alemanes, porque nos
imitan servilmente por considerarnos la mismísima imagen de cuanto hay
hermoso y bueno en el reino de Alta Burguesía, el Becerro de Oro de los
que huyen de la aspereza del desierto de la Ley."
Jonathan Littell, Las benévolas, p. 878