martes, 24 de junio de 2014

Oír con los ojos

No pocas veces también, en animadas conversaciones, nos habíamos dedicado a comentar otra conferencia de Kretzschmar, «La Música y lo Visual», asimismo merecedora de un público más numeroso que el que acudió a escucharla. Como su título indica, el conferenciante habló de su arte en cuanto éste afecta, o afecta también, el sentido de la vista, cosa que hace ya desde un principio con la notación musical, sistema empleado desde tiempo inmemorial, y cada día más perfeccionado, para fijar, por medio de rayas y puntos, las oscilaciones del sonido. Sus ejemplos eran en extremo curiosos y al propio tiempo halagadores porque creaban entre la Música y nosotros esa agradable relación de intimidad que el aprendiz desea tener con su oficio. Nos enterábamos de que numerosas expresiones de la jerga musical se refieren, no a lo acústico, sino a lo visual de la notación escrita: se habla, por ejemplo, de «anteojos» y de «tijeras», porque la disposición de ciertas notas en el pentagrama recuerdan estos instrumentos.

Hablaba del aspecto puramente óptico de la notación musical y aseguraba que, para el experto, una ojeada al manuscrito bastaba para darse cuenta del espíritu y del valor de una composición. A mí me ha ocurrido —nos decía— tener abierta en el atril la obra cualquiera de un aficionado que deseaba conocer mi opinión y, al entrar en mi pieza un compañero, exclamar apenas pasada la puerta: «¡Qué porquería. Virgen Santa!» Y, por otra parte, describía el placer que causa la mera contemplación visual de una partitura de Mozart a quien es capaz de apreciarla: su clara disposición, la afortuanada repartición de los grupos instrumentales, el caprichoso e inteligente perfil de la línea melódica. «Un sordo —exclamaba— sin experiencia alguna del sonido habría de recrearse con la contemplación de tan nobles rasgos. “To hear with eyes belongs to love's fine wit”, dijo
Shakespeare en uno de sus sonetos. «Oír con los ojos es una de las agudezas del amor.» Y Kretzschmar pretendía que, desde siempre, los compromisos habían secretamente introducido en su escritura no pocos signos destinados al ojo lector más que al oído. Cuando, por ejemplo, los maestros flamencos del estilo polifónico, en su infinito afán de jugar con las voces, establecían la relación contrapuntística de modo que una voz igualara a la
otra leyéndola al revés, no tenía esto gran cosa que ver con la sensibilidad sonora y más bien podía creerse en el deseo de cosquillear el ojo de las gentes del oficio. Kretzschmar pretendía que para el oído de los más la ocurrencia había de pasar inadvertida. Asimismo, en «Las Bodas de Cana» de Orlando de Lassus, los seis jarros de agua están representados por seis voces, más fáciles igualmente de distinguir a la vista que al oído.

El conferenciante citaba otros ejemplos de pitagorismo, de travesuras hechas, si así puede decirse, a espaldas del oído, en las que la Música parece haberse divertido una y otra vez, y acababa por declarar que, a su juicio, y en último análisis, había que atribuirlas a la secreta inclinación al ascetismo que existe en la Música, a su innata castidad, por
no decir antisensualidad. En realidad no hay arte más intelectual que la música, como lo demuestra ya el hecho de que, en ella, forma y contenido se entrelazan como en ningún otro; son, en realidad de verdad, una sola y misma cosa. Se dice generalmente que la música «se dirige al oído». Pero esto lo hace, en cierto modo, nada más en la medida en que el oído, como los demás sentidos, es órgano e instrumento perceptivo de lo intelectual.

En realidad hay música que no contó nunca con ser oída; es más, que excluye la audición. Así ocurre con un canon a seis voces de Juan Sebastián Bach, escrito sobre una idea temática de Federico el Grande. Se trata de una composición que no fue escrita ni para la voz humana ni para la de ningún instrumento, concebida al margen de toda realización sensorial, y que de todos modos es música, tomando la música como una pura abstracción. Quién sabe, decía Kretzschmar, si el deseo profundo de la Música es el de no ser oída, ni siquiera vista o tocada, sino percibida y contemplada, de ser ello posible, en un más allá de los sentidos y del alma misma.


Thomas Mann, Doktor Faustus, cap. VIII



R I C E R C A R

En 1747, J. S. Bach responde a la invitación de Federico el Grande el "rey filósofo". Nada más llegar a Potsdam, el compositor es llamado al palacio imperial donde el rey le solicita que pruebe los recién adquiridos pianofortes Silbermann, y le anima a improvisar una fuga a tres voces sobre un tema invención del propio rey Federico, que posteriormente ha sido denominado Thema Regium ("Tema real") y que el compositor elabora inmediatamente. Asombrado, Federico le propone entonces una fuga en seis voces, a la que Bach pone reparos, ya que supone mayor tiempo de elaboración.

A su regreso a Leipzig, Bach desarrollará un conjunto de piezas basadas en el tema real: una serie de dos ricercares o fugas (de tres voces y de seis), diez cánones: Cánones diversi super Thema Regium: (- 2 Cánones a 2, - Canon a 2, per motum contrarium, - Canon a 2, per augmentationem, contrario motu, - Canon a 3, per tonos), Canon perpetuus, Fuga canónica, Canon a 2 Quaerendo inventéis, Canon a 4, Canon perpetuus, contrario motu, y una sonata- Sonata sopr'il Soggetto Reale.

Bach inscribe en la partitura la leyenda "Regis Iussu Cantio Et Reliqua Canonica Arte Resoluta" (el tema proporcionado por el rey, con adiciones, resuelto en estilo canónico), con las letras iniciales de cada una de las palabras formará la leyenda “RICERCAR” (denominación que recibía antiguamente la fuga).

El canon para seis voces, escrito para responder al deseo de confeccionar de forma improvisada una fuga a “seis voces obligadas” por parte de Federico, es una composición que no fue escrita para la voz humana ni para ningún instrumento, concebida al margen de toda actuación sensorial, y que del todo es música, música como pura abstracción.

Es posible que el deseo mas profundo de la música vaya más allá de ser escuchada o interpretada, busque ser percibida y contemplada más allá de los sentidos y del Ser mismo.