jueves, 26 de junio de 2014

Allegro appassionato



L. van Beethoven, cuarteto de cuerda No 15, opus 132 
 Assai sostenuto
Allegro ma non tanto
Molto adagio
Alla marcia, assai vivace - Piu allegro - Presto
Allegro appassionato

"¿Cómo calificarlo? ¿Trágico atrevido, obstinado, enfático, impulsivo hasta lo sublime? Todo esto no vale nada. Y «magnífico» no pasa de ser, naturalmente, una lamentable capitulación. En último término acaba uno por quedarse con la sobria indicación del compositor: Allegro appassionato. Es lo más aceptable."


—Llegas a buena hora. El cuarteto Schaffgosch toca esta noche la opus 132. ¿Vienes conmigo? Comprendí que se refería al cuarteto en la menor para instrumentos de cuerda, una de las últimas obras de Beethoven.
—Claro que voy —contesté—. Oiré con gusto, después de tanto tiempo, la «acción de gracias del hombre que ha recobrado la salud».
—Al oír esta música agoto la copa y se me nublan los ojos —dijo Adrián—. Y empezó a hablar de las tonalidades religiosas y del sistema tonal ptolomeico, el «natural», cuyos seis diferentes tonos quedaron reducidos a dos en el sistema templado, es decir, el falso: el tono mayor y el tono menor, y de la superioridad de la escala musical auténtica sobre la templada. Decía de esta última que era una fórmula para uso doméstico, lo mismo que el piano, un instrumento para uso doméstico también, un tratado de paz provisional, que sólo tiene 150 años de existencia, que ha prestado algunos importantes, muy importantes, servicios, pero al cual sería absurdo querer dar un valor de eternidad. No ocultaba hasta qué punto le complacía que la mejor de todas las escalas musicales conocidas, la que él llamaba natural o propiamente dicha, fue obra de un astrónomo y matemático, Claudio
Ptolomeo, originario del Alto Egipto y residente en Alejandría. Esto pone de manifiesto una vez más, decía, el parentesco entre la música y la astronomía, ya demostrado en la doctrina pitagórica de la armonía cósmica.

Todo esto mezclado con observaciones sobre el cuarteto, el exotismo de su tercer tiempo, evocador de un paisaje lunar, y las enormes dificultades de su ejecución.

—En realidad —decía— cada uno de los cuatro ejecutantes debiera ser un Paganini y dominar no sólo su parte sino igualmente la de los otros tres. De lo contrario es imposible salir del paso airosamente. Menos mal que de los artistas del cuarteto Schaffgosch puede uno fiarse. La obra puede ser ejecutada hoy. Pero no hay duda de que está situada en las fronteras de lo ejecutable y que, cuando fue escrita, su ejecución era sencillamente imposible. Era implacable indiferencia de un elegido por lo terrenal y lo técnico me entusiasma en grado extremo. «Qué me importa a mí su maldito violín», le dijo Beethoven a un ejecutante que había ido a quejársele de las dificultades de la obra.
 Nos reímos juntos... sin que nos hubiésemos todavía saludado. —Y no olvidemos —siguió diciendo Adrián— el cuarto tiempo, incomparable, con la breve marcha introductoria y el altivo recitado del
primer violín, afortunada introducción a la aparición del tema. Es irritante tan sólo, a menos que no quiera uno ver en ello motivo de satisfacción, que no exista para caracterizar ciertos elementos de la
música, o por lo menos de esta música, ningún adjetivo apropiado, ni ninguna combinación de adjetivos. Es algo que me ha preocupado estos últimos días. Imposible encontrar palabras adecuadas para descubrir el espíritu, el estilo, el ademán de este tema. El ademán tiene aquí una gran importancia. ¿Cómo calificarlo? ¿Trágico atrevido, obstinado, enfático, impulsivo hasta lo sublime? Todo esto no vale nada. Y «magnífico» no pasa de ser, naturalmente, una lamentable capitulación. En último término acaba uno por quedarse con la sobria indicación del compositor: Allegro appassionato. Es lo más aceptable.

Thomas Mann, Doktor Faustus, cap. XX