viernes, 6 de junio de 2014

las sombras de la iglesia

Luces y sombras... pero sobre todo sombras. Las iglesias, grandes edificios en los que había sitio para todos, construídas con el esfuerzo de las gentes del pueblo, sirvieron durante siglos como lugar de reunión de las comunidades. Eran lugares de reunión en los que las comunidades reforzaban sus lazos, pero también eran lugares en los que los señores poderosos demostraban su poder y sometían al pueblo. Esto último es lo único que queda de las iglesias. La Iglesia Católica ahora hace negocios con las iglesias.

Félix Placer hace algunas reflexiones sobre este tema con motivo de la reapertura al culto de la vitoriana catedral de Santa María:


A LA SOMBRA DE LA CATEDRAL
Félix Placer Ugarte (Teólogo)

Con motivo de la reapertura al culto de la vitoriana catedral de Santa María, Placer hace un repaso de su historia y repara en aspectos como la participación popular en su construcción y mantenimiento, hoy día vía subvención pública, para recordar una de las sombras de la Iglesia, como es el patrimonio del que se ha adueñado «por el sistema nada evangélico de las inmatriculaciones». Afirma que una catedral debe ser signo de una Iglesia «no de propietarios y señores, sino de servidores de un pueblo, en especial para los pobres» y que ha de denunciar la injusticia. Asimismo, recuerda la violenta anexión de Gasteiz por el rey castellano en 1200 y, haciendo una analogía con la cadena humana que este domingo reclamará el derecho a decidir, pide a la Iglesia vasca que reclame su unidad en una provincia eclesiástica vasca.

Todavía rodeada por andamiajes que  ocultan su fachada e impiden la entrada por su tradicional plaza al Pórtico de la Gloria, la catedral de Santa María de Vitoria-Gasteiz va a ser reabierta al culto este domingo. Desde los comienzos de su restauración, hace veinte años, «abierta por obras», continúa siendo la admiración de visitantes que descubren su belleza y los secretos arqueológicos que este emblemático templo vitoriano contiene.

Con aportaciones institucionales públicas, también diocesanas, siguiendo el Plan Director de Restauración Integral gestionado y dirigido por la Fundación Catedral Santa María, se ha logrado una magnífica restauración de este templo gótico, reconocido internacionalmente por su valor arqueológico, histórico, cultural, religioso y arquitectónico.

Su construcción fue iniciada en el siglo XIII por Alfonso X, sobre una anterior iglesia-fortaleza proyectada por Alfonso VIII para proteger la «Nova Victoria». Ese era el nombre que Sancho el Sabio dio al antiguo poblado de Gasteiz al otorgarle, en 1181, los Fueros que la reconocían como villa navarra. Tras numantina defensa de la población vitoriana, fue conquistada por el rey castellano en el año 1200. Este rey invasor restauró la ciudad, tras un asolador incendio,  y comenzó el templo citado, sobre el que luego se edificaría la actual catedral de Santa María.

En el siglo XV, la iglesia de Santa María fue designada colegiata –título que ostentaba Armentia, antigua sede de la diócesis del mismo nombre– perteneciente entonces a Calahorra, hasta que en 1862 se creó la diócesis de Vitoria, que enmarcaba Araba, Bizkaia y Gipuzkoa; no sin la advertencia política del abad electo de Santo Domingo de la Calzada del peligro que tal decisión implicaba por su «contribución a formar –por su lengua nacional, costumbre y fueros– una nacionalidad distinta y separación política». No cayó en saco roto aquella censura y los obispos, nombrados bajo control de Madrid, aseguraron desde su férreo talante conservador su fidelidad españolista y monárquica en Vascongadas y Nafarroa.

Con el paso del tiempo, los sucesivos arreglos y restauraciones de este monumento (la más importante, su cubierta de madera por otra de piedra que exigió los contrafuerte actuales) fueron parciales e insuficientes hasta que se acometió la reconocida y premiada restauración actual.

Desde el primer templo-fortaleza de su conquistador rey castellano hasta la actualidad, el templo emplazado en la colina de la antigua Gasteiz ha vivido épocas políticas, culturales y sociales difíciles y complejas. La restaurada y esbelta catedral de Vitoria-Gasteiz encierra, por tanto, una historia de siglos donde se proyecta la alargada sombra eclesiástica de notable incidencia ciudadana en el contexto de la dominante cristiandad.

La próxima reapertura de su interior –esperamos que pronto sea concluida su restauración integral– se celebra en tiempos de significativos cambios culturales, sociales y políticos, y se presta a nuevas consideraciones del sentido actual de un templo tan cargado de simbolismo sobre su carácter patrimonial, cultural, religioso y también político.

Sus necesarias pero costosas obras, a punto de ser culminadas en su magnífica restauración, han sido subvencionadas sobre todo por instituciones públicas; en definitiva, por el pueblo, quien costeó con su trabajo y aportaciones su construcción y mantenimiento a lo largo de siete siglos. No puede haber duda entonces de que su patrimonio es común (al igual que otros templos, como se ha demostrado en Nafarroa; en el Estado francés pertenecen al Estado, que concede su usufructo a la Iglesia).

Más allá de este espinoso asunto que ensombrece a una Iglesia que se ha constituido dueña de un extenso patrimonio por el sistema nada evangélico de las inmatriculaciones, una catedral debe ser hoy ante todo signo de una Iglesia no de propietarios y señores, sino de servidores de un pueblo, en especial para los pobres, que denuncia desde el evangelio la injusticias del desempleo y precariedad social, de los desahuciados expulsados de sus viviendas, de presos y presas enfermos –en especial, políticos– privados de derechos básicos, de inmigrantes a los que se niega o dificulta asilo y atención…

En definitiva, la reapertura al culto de la catedral de Vitoria-Gasteiz, tan alabada y reconocida por su lograda restauración, tendrá sentido cristiano si es símbolo también de renovación eclesial donde desaparezcan los «arcos de miedo» jerárquicos para recuperar una Iglesia abierta, pobre, liberadora, profética y samaritana, defensora de la justicia contra los invasores capitalistas, para la construcción de la paz desde los derechos personales y colectivos, euskaldun. Donde su centro no sean los solemnes actos episcopales, sino los más necesitados de nuestra sociedad, en especial en la parte vieja de Gasteiz, como lo vienen haciendo con dedicación ejemplar algunos grupos (Berakah, entre ellos)  y parroquia de Santa María, además, por supuesto, de asociaciones vecinales y populares del Casco Viejo de esta ciudad.

Sin olvidar, con las debidas diferencias y rigor históricos y competenciales, una referencia de carácter político. Vitoria, ciudad navarra, fue violentamente anexionada por el rey castellano. Aquella separación política del Reino de Navarra ha durado hasta hoy. Y precisamente el mismo día de la reapertura de esta catedral, una larga cadena humana de manos entrelazadas (Gure Esku Dago), desde Durango hasta Iruñea, reclamará el derecho de decidir cómo debe ser la identidad y relación en un pueblo vasco unido en un régimen diferente. También a la Iglesia vasca le corresponde y urge reclamar su unidad en una provincia eclesiástica vasca, dividida hasta hoy: Vitoria, juntamente con Bilbao, está adscrita a la provincia eclesiástica de Burgos; San Sebastián a Pamplona. También, como símbolo de un pueblo que desde la pluralidad y la solidaridad exige el respeto de sus derechos para desarrollarse, convivir y ser Euskal Herria.