"Frente a una cámara de gas donde van a perecer por ser judíos, un
criminal inveterado y un niño de dos años comparten la misma inocencia.
Pero sólo frente a ese castigo que nada tiene que ver con alguna falta
humana, y no respecto al mundo."
Rony Brauman y Eyal Sivan, Elogio de la desobediencia, p. 58
Estamos acostumbrados a la sacralización del victimismo por medio de su identificación con la inocencia. Al convertir a la víctima en la inocencia absoluta, convertimos también al verdugo en la culpabilidad absoluta. Pero nadie es nunca absolutamente inocente y nadie es nunca absolutamente culpable. El autor de un crimen abominable es culpable por el crimen, pero es tan inocente como su víctima, que también puede ser culpable de otros crímenes...
La sacralización de las víctimas responde siempre a intereses ideológicos. Es el medio utilizado por una memoria selectiva para convertir un episodio histórico cualquiera en arma arrojadiza de un colectivo determinado contra otro con objetivos concretos. Excluye toda posibilidad de un análisis crítico y descalifica cualquier análisis que contradiga la "verdad oficial" en la que los buenos son simpre los nuestros y los malos son siempre los otros. Nosotros somos las víctimas y los otros son los verdugos. Y lo peor de todo es que esto sirve para justificar los crímenes de los buenos, los crímenes de los nuestros, los crímenes de las víctimas...