Hace algunos días terminé la lectura del libro que escribió Hannah Arendt sobre el proceso a Adolf Eichmann, titulado "Eichmann en Jerusalén". He reflexionado mucho sobre este asunto. He pensado mucho en Adolf Eichmann y sobre Hannah Arendt... he pensado mucho sobre el MAL, sobre el BIEN, sobre la bondad y sobre la maldad...
Hannah Arendt, no cabe duda, hizo un gran esfuerzo por entender lo que ocurrió en Jerusalén en 1961 cuando un tribunal juzgó los crímenes contra la humanidad del régimen nazi en la persona de uno de los funcionarios que trabajaron para él. Hizo un gran esfuerzo por comprender la personalidad de Adolf Eichmann y por comprender los motivos que le impulsaron a lo largo de su vida a hacer lo que hizo... Pero Hannah Arendt no puede evitar escribir desde la superioridad moral que le otorga el saberse, o creerse, libre de pecado; desde la superioridad que le otorgan sus estudios superiores, su hábito de estudio y de reflexión, su amplia cultura... y su desprecio hacia la mediocridad de un simple funcionario, con pocos estudios, que ha leido dos o tres libros en toda su vida... Esto no lo puede evitar y se percibe a lo largo de todo el libro.
Y, lo peor de todo, es que Hannah Arendt no se da cuenta de que lo único que le diferencia de Adolf Eichmann es que ella ha tenido mucha más suerte en la vida...