domingo, 29 de diciembre de 2013

Israel, un peligroso anacronismo

"Así dice el Señor, Dios de Israel: 
... sembré el pánico ante vosotros... y os di una tierra por la que no habíais sudado, ciudades que no habíais construido y en las que ahora vivís, viñedos y olivares que no habíais plantado y de los que ahora coméis."  (Josué, 24)

Si es Dios quien se la ha regalado expulsando  a quienes allí vivían, a quienes construyeron allí sus ciudades y plantaron sus viñedos y olivares... ¿cómo alguien puede poner en duda su legitimidad a vivir allí? Si el mismísimo Dios es quien se la dió y ahora se la ha vuelto a dar... ¿cómo poner en duda su derecho a defenderla con uñas y dientes?

Israel y su ejército (Tsahal), eufemísticamente llamado "fuerzas de defensa de Israel", no hacen otra cosa que obedecer a su Dios y por tanto las agresiones contra los palestinmos están plenamente justificadas.

"... escucha las palabras del Señor. Así dice el Señor de los ejércitos: 'Voy a tomar cuentas a Amalec de lo que hizo contra Israel... Ahora ve y atácalo; entrega al exterminio todos sus haberes, y a él no lo perdones; mata a hombres y mujeres, niños de pecho y chiquillos, toros y ovejas, camellos y burros'." (I Samuel, 15)

Israel es un Estado configurado en torno a un conglomerado étnico-cultural-religioso. Presumen de ser un Estado laico, pero en el que sus ciudadanos, para serlo de pleno derecho, tienen que pertenecer a una religión determinada. Una religión según la cual la tierra en la que viven se la dio el mismísimo Dios, para ellos.