Juan Carlos Onetti, El astillero, Arca editorial, Montevideo, 1974
Releo este fascinante relato que, al igual que la primera vez, me conmueve por la forma que tiene Onetti de contarnos cualquier cosa y de describirnos cualquier situación... "Le quedaban restos de infancia en los ojos claros que entornaba para mirar..."
El abandono, la inutilidad, la pereza...
Onetti juega un juego en el que participamos cuando le leemos para convertirlo en la locura de lo real. Tal como piensa Larsen: "Porque yo podía jugar a mi juego porque lo estaba haciendo en soledad; pero si ellos, otros, me acompañan, el juego es lo serio, se transforma en lo real. Aceptarlo así -yo, que lo jugaba porque era juego- es aceptar la locura".
"A Onetti hay que leerlo tensando hasta un grado máximo las destrezas usuales de la lectura, igual que se escucha una música de la que no hay una sola nota que no importe o que se vive un encuentro memorable del que uno quiere apurar sin distracción cada segundo: sus páginas no se agotan nunca, y cada frase vuelve a surgir con tal delicadeza y poderío, con una intensidad tan exaltadora o tan insoportable, que siempre nos parece estar leyéndola por primera vez. Leer a Onetti no es difícil, según dice una superstición idiota: tan solo exige lo que debería exigir siempre la lectura, una atención incesante, un ensimismamiento que cancele cualquier otro acto, que suprima el mundo exterior. La mejor o la única manera de leerlo es echado en la cama, con mucho tiempo por delante, con una absoluta predisposición de soledad y pereza." (Antonio Muñoz Molina, Prólogo, Cuentos completos de Onetti, Alfaguara, 1994)
Un retrato del abandono y de la locura