"C'est un pauvre fou qui remplit son jardin de pierres"
Si usted nunca repartió cartas en
un radio de 32 kilómetros a la redonda, si no las llevó en un viejo
saco de cuero junto con encomiendas, impresos, prospectos, telegramas,
giros postales y facturas, si no caminó con la cabeza gacha para
sorprender las piedras escondidas entre las hierbas de los senderos
rurales, si además del saco de cuero usted no llevó nunca una carretilla
de hierro en su recorrido, si al distribuir el correo no levantó una
piedra de buen aspecto para ponerla en la carretilla y sucesivamente fue
levantando otras piedras meritorias hasta colmar la carretilla, si no
volvió a su casa con la carretilla llena de piedras y las volcó junto a
una construcción bastante adelantada, si no preparó argamasa y se puso a
levantar un muro de la construcción hasta que la oscuridad le impidió
seguir trabajando, si no hizo todo eso o le cuesta creer de alguien que
haya podido hacerlo durante veinticinco años, lamento decirle que no
comprenderá jamás a los piantados, que es usted irremisiblemente cuerdo,
y que le estrecho la mano inclinándome con el gesto con que se saluda
al esposo de la difunta en el peristilo del cementerio, no sin antes
dejar constancia de que el epígrafe supra procede
de la autobiografía del Facteur Cheval, que lo cita como la opinión de
sus vecinos de Hauterives antes de seguir imperturbable con su
carretilla y volcar diariamente cuarenta y ocho kilos de piedras en el centro mismo
de mi corazón.
Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos, tomo II, p. 141
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