domingo, 6 de julio de 2014

Mon coeur s'ouvre à ta voix

—¿No tiene usted por casualidad —añadió Adrián dirigiéndose a Bullinger— el aria en re bemol mayor del segundo acto de «Sansón y Dalila» de Saint-Saëns?
—¿Cómo quiere usted que no la tenga? La tengo, y no precisamente por
casualidad, se lo aseguro.
Adrián prosiguió:
—Muy bien. Viene este fragmento a mi memoria porque Kretzschmar (mi maestro, un organista, un hombre consagrado a la fuga, conviene recordarlo) sentía por él una pasión rayana en la debilidad. Se reía a veces, pero esto no era óbice para una admiración cuya única causa quizá fuera lo que el fragmento tiene de ejemplar. Silencio. 

La aguja dejó oír su susurro y las vibraciones de la membrana difundieron por el espacio la cálida voz de la mediosoprano, cuya articulación no era muy clara —"Mon coeur s'ouvre à ta voix", fue más o menos todo lo que comprendimos— pero cuyas cualidades de cantante eran extraordinarias: pureza de timbre, tono aterciopelado de las notas bajas, vigor y ternura. Extraordinaria también la melodía, cuya belleza aparece hacia la mitad de las dos estrofas en que se divide el aria y resplandece en la frase final, sobre todo en la repetición, cuando el violín subraya la suntuosa línea del canto y repite, como un eco melancólico, su última figura.

Thomas Mann, Doktor Faustus, cap. XXXVIII


Mon cœur s'ouvre à ta voix,
comme s'ouvrent les fleurs
aux baisers de l'aurore!
Mais, ô mon bienaimé,
pour mieux sécher mes pleurs,
que ta voix parle encore!
Dis-moi qu'à Dalila
tu reviens pour jamais.
Redis à ma tendresse
les serments d'autrefois,
ces serments que j'aimais!
|: Ah! réponds à ma tendresse!
Verse-moi, verse-moi l'ivresse! :

Dalila! Dalila! Je t'aime!

Ainsi qu'on voit des blés
les épis onduler
sous la brise légère,
ainsi frémit mon coeur,
prêt à se consoler,
à ta voix qui m'est chère!
La flèche est moins rapide
à porter le trépas,
que ne l'est ton amante
à voler dans tes bras!
|: Ah! réponds à ma tendresse!
Verse-moi, verse-moi l'ivresse! :

Dalila! Dalila! Je t'aime!