De la misma manera se comporta Guevara.
Su destacamento no para de capturar prisioneros, soldados rasos y oficiales, a los que suelta enseguida. Desde el punto de vista militar, comete un grave error: los prisioneros no tardan en informar del lugar en que se encuentra el destacamento, del número de sus miembros y de su armamento. Pero Guevara no fusila a ninguno.
Estáis libres, les dice;
nosotros, los revolucionarios, somos personas moralmente honestas, no vamos a ensañarnos con un adversario desarmado.
Este principio de honestidad moral es un rasgo característico de la izquierda latinoamericana. También es causa de sus frecuentes derrotas en la política y en la lucha. Pero hay que intentar entender su situación. Todo joven latinoamericano crece rodeado de un mundo corrupto. Es el mundo de una política hecha por y para el dinero, de la demagogia desenfrenada, del asesinato y el terror policial, de una plutocracia implacable y derrochadora, de una burguesía ávida de todo, de explotadores cínicos, de arribistas vacuos y depravados, de muchachas empujadas a cambiar fácilmente de hombre. El joven revolucionario rechaza ese mundo, desea destruirlo, y antes de que sea capaz de hacerlo, quiere contraponerle un mundo diferente, puro y honrado, quiere contraponerle a sí mismo.
En la rebeldía de la izquierda latinoamericana siempre está presente ese factor de purificación moral, un sentimiento de superioridad ética, una preocupación por mantener esa superioridad frente al adversario. Perderé, me matarán, pero jamás nadie podrá decir de mí que he roto las reglas del juego, que he traicionado, que he fallado, que tenía las manos sucias.
Tanto Guevara como Allende son los mejores exponentes de esta actitud, que es toda una escuela de pensamiento. La pregunta importante es: ¿su trayectoria revela un intento consciente de crear un modelo para generaciones futuras que tal vez vivirán en ese mundo por el que ellos luchan y mueren?"
Ryszard Kapuscinski, Cristo con un fusil al hombro, p. 183