Mientras, en el aeropuerto al que acababa de llegar, esperaba junto a la cinta transportadora a que apareciese mi maleta, pasó ante mí un gran cajón cubierto con una cúpula plástica hinchable. Dentro había un completo ecosistema habitado por un enorme perro. Tenía una cama para dormir y hasta un poco de césped para pasear y hacer sus necesidades. Mientras contemplaba asombrada este prodigio de la atención y del bienestar canino, por los altavoces del recinto aeroportuario pude escuchar una voz sin ninguna entonación que repetía una y otra vez: “El perro no había ladrado en todo el viaje, como si supiera que su ladrido no tenía cabida en aquel útero artificial en que lo habían colocado”.
los sueños de lali