La división del mundo en buenos y malos es una vieja estrategia de los poderosos. Es la forma que tienen los vencedores de justificar sus crímenes y de aniquilar definitivamente a los vencidos. Es la manera en la que quienes poseen el poder obtienen la obediencia ciega y la sumisión de los dominados. La derrota del mal justifica cualquier cosa que se haga para conseguirlo. Matar a los malos no es malo. Lo malo es cuando los malos matan a los buenos.
Para los nazis los judíos eran el arquetipo del mal y había que acabar con ellos para conseguir la felicidad sobre el planeta. El objetivo era una humanidad feliz, de seres buenos, en la que el mal quedaría definitivamente erradicado. Los vencedores de la llamada Segunda Guerra Mundial bombardearon ciudades y masacraron a la población civil con el mismo fin: erradicar el mal.
Los crímenes de los vencidos fueron juzgados y sus responsables en diversos grados fueron castigados con la muerte. Los crímenes de los vencedores no solo no fueron juzgados sino que sus responsables fueron convertidos en héroes.
Siempre ha sido así. No es nada raro. Y sigue siendo así. Sadam Husein fue ejecutado por sus crímenes, pero los responsables de los bombardeos contra la población civil en Iraq, los responsables de los centros de tortura de Abu Ghraib y de los campos de prisioneros de Guantánamo no han sido juzgados.
El mal, igual que el bien, está en nosotros. En todos nosotros. Mientras no seamos capaces de identificar y reconocer el mal dentro de nosotros mismos, el mal, la crueldad y los crímenes más horrorosos, continuarán siendo moneda corriente.
Los poderes manejan la idea de mal y gestionan las narraciones históricas, míticas y religiosas, para conseguir la obediencia y la sumisión de los dominados. Los crímenes de "los otros" son atribuidos a la maldad y a la monstruosidad de "los otros" y de sus ideologías. Sin embargo, los crímenes y los horrores de "los nuestros" se trivializan y se banalizan hasta el punto de que nadie los considera crímenes. Los nazis fueron expertos en banalizar y trivializar sus crímenes. Pero los actuales estados "democráticos" no son menos expertos en esto.
Horrorizan las imágenes de los cadáveres andantes de los campos de concentración nazis, pero no horrorizan menos las imágenes de los presos de Guantánamo. Las primeras, según las narraciones oficiales, eran el resultado de un régimen malvado y de una ideología criminal promovida por auténticos monstruos. Las segundas, según las mismas narrativas, no son sino daños colaterales como consecuencia del gran esfuerzo realizado por la civilización del bien para implantar en todo el mundo la democracia y la libertad.
Personas consideradas como buenas, buenos ciudadanos, respetuosos de las leyes, amantes de la paz y el órden, demócratas convencidos y preocupados por el bienestar de sus congéneres, que aborrecen el mal y el ver sufrir a otros seres, pueden llegar a ocasionar el sufrimiento de otras personas sólo porque obedecen a una autoridad que reconocen como justa y se someten a normas y leyes que consideran necesarias para alcanzar el bien. Es revelador el experimento que llevó a cabo en los años sesenta del pasado siglo el Dr. Milgram y que es abordado en la película "I... comme Icare" (Henri Verneuil, 1979)