El tiempo

la callada compañía de los libros

de cine

domingo, 17 de noviembre de 2013

un hombre silencioso

"Aquellas palabras eran las primeras, en el transcurso de las primeras cuatro semanas y media,que hirieron el tiempo y que me recordaron que en aquel juego que yo había desencadenado había vestigios de realidad; el tiempo no estaba pues ordenado únicamente en imaginarios compartimientos donde lo futuro se me antojaba presente y lo presente me parecía tener varios siglos de antigüedad, donde lo pasado se convertía en futuro, como una infancia a la que corría como corría a mi padre cuando era niño. Mi padre era un hombre silencioso; a su alrededor se acumulaban los años como capas de plomo hechas de silencio; había manejado los registros del órgano,  había cantado en la misa mayor, cantado mucho en los entierros de primera, poco en los de segunda, nada en los de tercera; era tan callado que, ahora que pensaba en él, me sentía deprimido; había ordeñado vacas, había corlado hierba, trillado grano hasta que su rostro sudoroso quedaba cubierto de glumas corno insectos; había dirigido el coro de los aprendices, el de los oficiales, el de los cazadores y el de Santa Cecilia; jamás hablaba, jamás blasfemaba, sólo cantaba, cortaba remolachas, cocía patatas para el cerdo,tocaba el órgano, se ponía una sotana negra y el roquete blanco encima; a nadie en el pueblo le llamaba la atención que no hablara nunca, porque todos le conocían sólo trabajando; de cuatro hijos se le murieron dos tuberculosos y quedaron sólo otros dos: Charlotte y yo... Mi madre era enfermiza, una de aquellas mujeres que les gustan las flores, las cortinas bonitas, que cantan mientras planchan y, por la noche, cuentan cuentos junto a la lumbre; mi padre trabajaba, hacía camas de madera, llenaba sacos de paja, mataba gallinas, hasta que Charlotte murió: oficio de ángeles, iglesia adornada de blanco; el párroco cantó, pero el sacristán no contestó ni manejó los registros; no se oyó el órgano, no se cantó ningún responso en el coro; sólo el párroco cantó. Silencio, cuando en la puerta de la iglesia se formó la comitiva para ir al cementerio; el párroco preguntó, inquieto: «Pero Fähmel, querido Fähmel, ¿por qué no ha cantado usted?» y yo oí por primera vez la voz de mi padre pronunciar algo y me quedé asombrado de lo áspera que era aquella voz que sabía cantar tan suave, en el coro; lo dijo aprisa, con acento ronco: «En los entierros de tercera no se canta«. "

Heinrich Böll, Billar a las nueve y media