"...
de pronto, hacia las dos o las tres de la mañana, un viento suave se
abrió paso por el río y la ventana y el tejado del molino se llenaron de
repente de una lluvia compacta y amarilla. Eran las hojas muertas de
los chopos, que caían, la lenta y mansa lluvia del otoño que de nuevo
regresaba a las montañas para cubrir los campos de oro viejo y los
caminos y los pueblos de una dulce y brutal melancolía."
Julio Llamazares,
La lluvia amarilla, p. 81